Sebastián sonreía con arrogancia mientras miraba a la novia abandonada.
Una noche, trabajando tarde en la oficina vacía, Sebastián preguntó algo que había estado evitando.
—¿Has sabido algo de Rodrigo?
Valentina dejó de dibujar.
—Me ha llamado. Me envió flores. Incluso vino al departamento, pero mi padre no lo dejó entrar.
—¿Quieres hablar con él?
Valentina consideró la pregunta honestamente.
—Hace un mes, probablemente sí. Habría querido escuchar sus excusas, sus explicaciones. Habría querido entender por qué lo hizo. —Hizo una pausa—. Pero ahora… no sé si me importa ya.
Sebastián asintió lentamente.
—¿Puedo ser honesto contigo sobre algo?
—Siempre.
—Rodrigo y yo nunca fuimos cercanos. Él era el hijo favorito, el heredero perfecto. Yo era el hijo problemático que cuestionaba todo, que no quería seguir el camino trazado por la familia. —Sebastián se levantó y caminó hacia la ventana—. Crecimos en la misma casa, pero en mundos diferentes.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque quiero que sepas que no estoy aquí por él. No te ofrecí este trabajo para compensar lo que mi hermano hizo. Te lo ofrecí porque eres extraordinaria. Y porque veo en ti algo que mi familia nunca pudo ver: valor real.
El aire entre ellos se volvió denso con palabras no dichas. Valentina sintió su corazón acelerarse de una manera que no había experimentado en mucho tiempo.
—Sebastián…
El teléfono de él sonó, rompiendo el momento. Miró la pantalla y frunció el ceño.
—Es mi madre. Nunca llama a menos que sea importante. —Contestó con cautela—. Madre.
Valentina solo podía escuchar un lado de la conversación, pero vio cómo la expresión de Sebastián pasaba de confusión a incredulidad y a rabia.
—No, absolutamente no… No me importa lo que pienses. Esa es mi decisión, no la tuya… Porque es mi empresa. Adiós, madre.
Colgó con más fuerza de la necesaria.
—¿Qué pasó? —preguntó Valentina.
—Mi madre se enteró de que estás trabajando aquí. Alguien le mostró tus diseños, probablemente algún contacto mutuo en la industria de la construcción. —Sebastián apretó los puños—. Llamó para exigir que te despida. Dijo que estás avergonzando a la familia con tu presencia en mi empresa.
Valentina sintió el familiar peso de la humillación cayendo sobre ella.
—Tal vez debería renunciar. No quiero causar problemas entre tú y tu familia.
—No. —La voz de Sebastián fue firme—. No vas a renunciar. No vas a dejar que ella gane. Le dejé muy claro que mi empresa, mis decisiones de contratación y mi vida personal no son asunto suyo. —Se acercó a Valentina, sus ojos intensos—. Necesito que entiendas algo. Mi familia ha estado tratando de controlarme toda mi vida. Eligieron la carrera que debía estudiar, los amigos que debía tener, incluso la mujer con quien debía casarme. Cuando me negué y construí mi propio camino, me trataron como a un traidor.
—¿Había alguien? —preguntó Valentina suavemente—. ¿Alguien con quien querían que te casaras?
—Camila, la hija de unos socios de negocios. Nos prometieron cuando yo tenía dieciséis años. —Sebastián se rio amargamente—. Ni siquiera nos gustábamos, pero eso no importaba para ellos. Era una alianza estratégica, no un matrimonio.
—¿Qué pasó?
—Le dije a Camila la verdad: que no podía casarme con alguien por obligación. Resultó que ella sentía lo mismo. Ahora está felizmente casada con la mujer que ama y yo… yo construí una vida donde nadie toma decisiones por mí.
Valentina sintió una nueva comprensión de quién era realmente Sebastián. No solo el hermano diferente, sino alguien que había luchado por su libertad de la misma manera que ella estaba aprendiendo a luchar por la suya.
—Lo siento —dijo—. Debe haber sido difícil.
—Lo fue. Pero me enseñó algo importante: la aprobación de mi familia no vale el precio de mi alma.
Esas palabras resonaron profundamente en Valentina. ¿Cuántas veces había moldeado partes de sí misma para encajar en el mundo de Rodrigo? ¿Cuántas veces había silenciado sus opiniones, cambiado su ropa, ajustado su personalidad para ser la novia que su familia pudiera aceptar?
—Gracias —dijo finalmente.
—¿Por qué?
—Por recordarme que no tengo que hacerme pequeña para que otros se sientan grandes.
Sebastián sonrió, y había algo en esa sonrisa que hizo que el corazón de Valentina diera un vuelco. Días después, Valentina estaba en el terreno del futuro campus tomando medidas finales cuando escuchó una voz que le heló la sangre.
—Sabía que te encontraría aquí.
Se volteó lentamente. Rodrigo estaba parado a pocos metros, bronceado por el sol europeo, pero con ojeras profundas y una expresión desesperada que nunca le había visto.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Valentina, su voz más fría que el viento de invierno.
—Necesito hablar contigo. Por favor, solo dame cinco minutos.
—Tuviste meses para hablar conmigo. Elegiste irte con mi prima en su lugar.
—Fue un error. El peor error de mi vida. —Rodrigo se acercó, pero Valentina retrocedió instintivamente—. Valentina, por favor, te amo. Siempre te he amado.
La risa que salió de Valentina fue cortante como vidrio roto.
—¿Me amas? ¿Sabes qué es el amor, Rodrigo? No tienes idea de lo que es. El amor no huye el día de la boda. El amor no te engaña con tu propia prima. El amor no te deja parada frente a doscientas personas sintiéndote como una tonta.