Sebastián sonreía con arrogancia mientras miraba a la novia abandonada.
—Valentina, necesitas ver esto.
—¿Qué?
Patricia le mostró su pantalla. Era un video que se estaba volviendo viral en las redes sociales. Alguien había grabado el discurso de Valentina en la iglesia y lo había subido. Ya tenía cientos de miles de reproducciones, y los comentarios eran abrumadores.
“Esa mujer es mi heroína.”
“Así se maneja una situación imposible con dignidad.”
“Lloré viendo esto. Qué valentía.”
“El novio es un cobarde. Ella se merece mucho mejor.”
Valentina leyó comentario tras comentario, sintiendo una mezcla extraña de vergüenza por la exposición pública y gratitud por el apoyo de completos extraños. Pero entonces vio otros comentarios. Comentarios crueles.
“Seguro ella hizo algo para que él se fuera.”
“Las mujeres siempre se hacen las víctimas.”
“Probablemente lo presionó demasiado para casarse.”
Patricia le quitó el teléfono de las manos.
—No leas esos. La gente que escribe esas cosas no te conoce. Sus opiniones no importan.
Valentina sabía que su amiga tenía razón, pero las palabras dolían de todas formas. Siempre dolían las acusaciones injustas, especialmente cuando venían de personas que juzgaban sin conocer toda la historia.
La noche cayó sobre la ciudad. Don Héctor se retiró a su habitación, exhausto emocional y físicamente. Patricia se quedó con Valentina, las dos acurrucadas en el sofá viendo películas sin realmente prestarles atención.
—¿Crees que Rodrigo vea el video? —preguntó Valentina en algún momento.
—Probablemente. Pero, honestamente, ¿importa lo que él piense?
Valentina consideró la pregunta. Días atrás, la opinión de Rodrigo era lo más importante del mundo para ella. Había moldeado su vida alrededor de lo que él quería, de lo que él esperaba. Había cambiado pequeñas cosas de sí misma para encajar mejor en su mundo.
—No —respondió finalmente—. Ya no importa.
Cerca de medianoche, tocaron a la puerta. Patricia fue a abrir, cautelosa. Regresó con una expresión sorprendida.
—Es Sebastián, el hermano de Rodrigo. Dice que necesita hablar contigo.
Valentina frunció el ceño. ¿Qué podía querer el hermano de su exnovio a estas horas?
—¿Quieres que le diga que se vaya? —ofreció Patricia.
Valentina estuvo tentada, pero la curiosidad ganó.
—No, déjalo pasar.
Sebastián entró al pequeño departamento, claramente fuera de lugar con su traje elegante dentro del espacio modesto. Llevaba algo en las manos, una caja grande.
—Lamento venir tan tarde —comenzó—. Y lamento todo lo que pasó hoy.
—No tienes que disculparte por tu hermano —dijo Valentina, aunque su voz sonaba cansada.
—Lo sé, pero quiero hacerlo de todas formas. —Sebastián colocó la caja en la mesa—. Esto es tuyo. Los encontré en la casa de mis padres. Son tus diseños de arquitectura, tus proyectos. Mi madre iba a tirarlos.
Valentina abrió la caja y encontró carpetas con meses de trabajo. Proyectos que había compartido con Rodrigo, diseños en los que había trabajado durante su tiempo libre, planos de edificios que soñaba construir algún día.
—Gracias —susurró, genuinamente conmovida.
Sebastián asintió. Parecía querer decir algo más, pero se contuvo. Finalmente, habló.
—Vi el video. Lo que dijiste en la iglesia… Fue valiente. Rodrigo nunca te mereció.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Valentina de repente—. ¿Por qué me defendiste hoy frente a tu madre? Apenas nos conocemos.
Sebastián la miró directamente a los ojos.
—Porque reconozco la fuerza cuando la veo. Y porque sé cómo es mi familia. Sé cómo tratan a las personas que consideran inferiores. Lo he visto toda mi vida, y siempre me ha parecido repugnante.
Hubo un momento de silencio cargado de significado. Valentina estudió a Sebastián. Realmente lo vio por primera vez. Era diferente a Rodrigo en formas que iban más allá de lo físico. Había una seriedad en él, una profundidad que su hermano nunca tuvo.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Sebastián.
—Sinceramente, no lo sé. Mi trabajo en el estudio de arquitectura era temporal. Iba a renunciar después de la boda para… bueno, ya no importa para qué. —Valentina se encogió de hombros—. Supongo que buscaré algo más permanente. Seguir adelante. ¿Qué más puedo hacer?
—Podrías vengarte —sugirió Patricia desde la cocina, medio en broma.
Valentina se rio, una risa real esta vez.
—¿Y cómo? ¿Publicando fotos vergonzosas de Rodrigo? ¿Contándole a todos sus secretos? No. La mejor venganza es vivir bien. Es ser feliz a pesar de lo que intentaron hacerme.
Sebastián sonrió, y Valentina notó que era una sonrisa genuina, no la sonrisa practicada y vacía que Rodrigo siempre usaba.
—Tienes razón —dijo él—. Pero si alguna vez necesitas algo, cualquier cosa, aquí está mi tarjeta. Mi empresa de tecnología siempre está buscando arquitectos talentosos para diseñar nuestros espacios de trabajo.
Valentina tomó la tarjeta, sorprendida.
—¿En serio?
—Completamente en serio. He visto tu trabajo, Valentina. Eres talentosa. No dejes que lo que pasó hoy te haga dudar de eso.
Cuando Sebastián se fue, Valentina se quedó mirando la tarjeta durante mucho tiempo.
—Él es diferente a Rodrigo —observó Patricia.
—Sí —concordó Valentina—, completamente diferente.