Estilo de vida

Sebastián sonreía con arrogancia mientras miraba a la novia abandonada.

Sebastián apretó la mandíbula, claramente conteniendo palabras duras, pero Valentina se mantuvo serena.

—¿Sabes qué, Rodrigo? Te creo. Creo que lo sientes. Pero que lo sientas no cambia lo que hiciste. No devuelve el tiempo perdido. No borra la humillación. No repara el daño.

—Lo sé.

—Y más importante —continuó Valentina—, me hiciste un favor. Porque si te hubieras casado conmigo ese día, habría pasado el resto de mi vida tratando de ser suficiente para ti, moldeándome para encajar en tu mundo, perdiendo partes de mí misma hasta no quedar nada. Me salvaste de esa vida al irte.

Rodrigo parpadeó como si esas palabras fueran un golpe físico.

—Así que gracias, Rodrigo —dijo Valentina. Y lo decía en serio—. Gracias por ser lo suficientemente cobarde como para huir, porque me obligaste a encontrar mi propia fuerza, mi propio camino, mi propio valor. Y descubrí que soy mucho más de lo que tú jamás viste. No hay nada más que decir. Te deseo lo mejor, Rodrigo. Espero que algún día aprendas a ser el hombre que pretendes ser, pero ese ya no es mi problema ni mi responsabilidad.

Se volvió hacia Sebastián y le tendió la mano.

—Vámonos a casa.

Mientras se alejaban, Rodrigo llamó una última vez.

—¡Sebastián!

Su hermano se detuvo, pero no se volvió.

—Cuídala. De la manera en que yo nunca supe hacerlo.

—Ya lo hago —respondió Sebastián simplemente, y siguieron caminando.

En el auto, Valentina se quitó los zapatos y dejó escapar un largo suspiro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Sebastián.

—Libre —respondió ella—. Por primera vez en meses, completamente libre.

Días después, Valentina recibió una visita inesperada. Daniela estaba parada frente a la puerta de su departamento, demacrada y temblorosa.

—No espero que me dejes entrar —dijo inmediatamente—. Solo necesito decirte algo, y luego me iré para siempre si eso es lo que quieres.

Valentina la estudió durante un momento largo, luego abrió la puerta completamente.

—Entra. Pero solo porque esto necesita cerrarse de una vez por todas.

Se sentaron en la pequeña sala, un silencio tenso entre ellas.

—Estaba enamorada de la idea de él —comenzó Daniela, con lágrimas rodando por sus mejillas—, del romance prohibido, de la aventura, de sentirme especial porque alguien estaba dispuesto a arriesgarlo todo por mí. Pero no era amor real. Era egoísmo, vanidad y una completa falta de consideración por ti, por nuestra familia, por todo lo que significabas para mí.

—¿Por qué? —preguntó Valentina, la única pregunta que realmente importaba—. ¿Por qué lo hiciste, sabiendo lo que me haría?

—Porque estaba celosa —sollozó Daniela—. Siempre fuiste la buena, la talentosa, la que todos admiraban. Mi madre constantemente te comparaba conmigo, diciendo: “¿Por qué no puedes ser más como Valentina?”. Y cuando Rodrigo empezó a prestarme atención, sentí que finalmente tenía algo que tú no tenías. Algo que me hacía especial.

—¿Y valió la pena?

Daniela se rio amargamente.

—No. Perdí a la única persona que realmente me importaba. Perdí a mi familia. Y descubrí que lo que gané no valía nada. Rodrigo me dejó sola en París después de una semana. Dijo que yo era un error, que nunca fui más que una distracción.

Valentina sintió una mezcla compleja de emociones. Rabia, sí, pero también tristeza por lo que habían perdido, por la relación que alguna vez tuvieron.

—No puedo perdonarte hoy —dijo honestamente—. Quizás algún día, pero ahora mismo el dolor es demasiado reciente.

—Lo entiendo. Solo quería que supieras que lo siento más de lo que las palabras pueden expresar. Y que si hay algo, cualquier cosa que pueda hacer…

—Hay algo —la interrumpió Valentina—. Busca ayuda. Terapia. Porque lo que hiciste no fue solo sobre mí, fue sobre ti. Sobre tu autoestima, sobre tu necesidad de validación externa. Arréglate, no por mí, sino por ti.

Daniela asintió, limpiándose las lágrimas.

—Lo haré. Te lo prometo.

Cuando se fue, Valentina se quedó sentada durante largo rato. Patricia, que había estado esperando en la habitación contigua, salió.

—Hiciste lo correcto.

—No lo sé —admitió Valentina—. Pero es lo único que puedo hacer ahora mismo.

Tres semanas más tarde, el campus estaba finalmente completo. La inauguración fue un evento masivo, con cobertura de prensa nacional e internacional. Valentina caminó por los espacios que había creado, viendo cómo los empleados de la empresa de Sebastián exploraban su nuevo hogar con asombro y alegría. Los jardines verticales florecían con vida. La luz natural fluía a través de ventanas estratégicamente colocadas. Los espacios comunitarios invitaban a la colaboración y la creatividad. Era exactamente como lo había soñado, pero mejor, porque era real.

—Es perfecto —dijo Sebastián a su lado, tomando su mano—. Cambiaste por completo la forma en que mi equipo va a trabajar, a vivir, a crear. Les diste un espacio que los honra como seres humanos, no solo como empleados.

Durante el discurso de inauguración, Valentina habló no solo sobre arquitectura, sino sobre segundos inicios, sobre encontrar fuerza en los lugares más oscuros, sobre construir algo hermoso a partir de las ruinas.

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