Sebastián sonreía con arrogancia mientras miraba a la novia abandonada.
—Iré contigo —ofreció Sebastián—. No como tu jefe. Como tu acompañante, si quieres.
La calidez en sus ojos derritió parte de la ansiedad de Valentina.
—Me encantaría.
Los días previos a la gala pasaron en un torbellino. Patricia insistió en ir de compras para encontrar el vestido perfecto.
—Necesitas algo que diga: “Soy exitosa, talentosa y te arrepentirás de haberme subestimado” —declaró mientras revisaban opciones en una boutique.
Encontraron el vestido perfecto: elegante pero no ostentoso, que le quedaba como si hubiera sido hecho para ella. Cuando se lo probó y se miró en el espejo, Valentina casi no se reconoció. No porque se viera diferente, sino porque la mujer en el espejo irradiaba una confianza que nunca había poseído antes.
La noche de la gala, mientras se preparaba en su departamento, el teléfono sonó. Era un número que había bloqueado semanas atrás, pero que de alguna manera había encontrado otra forma de contactarla.
—Valentina, por favor, no cuelgues. —Era tía Miriam, la madre de Daniela.
—¿Qué quieres?
—Necesito hablar contigo sobre Daniela. Ella… no está bien. Desde que regresó de Europa no sale de su habitación, no come, llora constantemente. Sigue diciendo tu nombre.
Valentina sintió un conflicto de emociones. Parte de ella quería sentir satisfacción ante el sufrimiento de Daniela. Pero otra parte, la parte que recordaba a la prima que había sido como su hermana durante años, sentía tristeza.
—¿Por qué me llamas a mí?
—Porque tú eres la única que puede perdonarla. La única que puede liberarla de esta culpa que la está consumiendo.
—No es mi responsabilidad salvar a Daniela de las consecuencias de sus propias decisiones —respondió Valentina, pero su voz temblaba.
—Lo sé, y no te culpo por sentir así. Solo pensé que deberías saber que ella está pagando un precio muy alto por lo que hizo y que se arrepiente más de lo que puedas imaginar.
Después de colgar, Valentina se sentó en el borde de su cama, sintiéndose repentinamente agotada. Durante semanas, había estado tan enfocada en reconstruir su vida que no había procesado completamente la traición de Daniela. No solo había perdido a su prometido; había perdido a alguien que consideraba familia. Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era don Héctor.
—¿Lista, mija? Sebastián acaba de llegar.
Valentina se miró una última vez en el espejo, respiró profundo y asintió.
—Lista.
Cuando bajó, Sebastián la esperaba con un ramo de flores simples pero hermosas. La forma en que la miró, con admiración genuina y sin una pizca de posesividad, hizo que algo se asentara en su corazón.
—Estás preciosa —dijo simplemente.
La gala se celebraba en el salón de baile más elegante de la ciudad. Cuando llegaron, Valentina pudo sentir las miradas inmediatamente. Algunos la reconocieron del video viral; otros simplemente sentían curiosidad por la arquitecta novata que había causado tanto revuelo en la industria. Y entonces la vio. Doña Constanza. Estaba en el centro de un grupo de personas importantes, vestida impecablemente como siempre, con esa sonrisa fría que nunca alcanzaba sus ojos. Cuando sus miradas se cruzaron, Valentina vio algo parpadear en los ojos de la mujer mayor: sorpresa, rabia y algo que parecía preocupación.
—Está nerviosa —murmuró Sebastián en su oído—. Sabe que tu presencia aquí cambia la narrativa. Ya no eres la novia abandonada; eres la competencia.
Valentina se enderezó, sosteniendo la mirada de doña Constanza hasta que la otra mujer fue la primera en apartar la vista. Fue una victoria pequeña pero significativa.
La ceremonia comenzó con los premios menores. Valentina aplaudía educadamente, tratando de controlar los nervios que crecían en su estómago. Cuando finalmente anunciaron la categoría de Diseño Sostenible, sintió que Sebastián le apretaba la mano con ánimo.
—Y el ganador es… ¡el Campus Tecnológico Verde, diseñado por la arquitecta Valentina Herrera!
El salón estalló en aplausos. Valentina se quedó paralizada por un segundo antes de que Sebastián la empujara suavemente hacia el escenario. Caminó entre las mesas, consciente de cada mirada, especialmente la de doña Constanza, cuya expresión ahora era de furia apenas contenida. Cuando tomó el micrófono, las manos de Valentina temblaban ligeramente, pero cuando habló, su voz salió clara y firme.
—Este premio no es solo mío. Es de cada persona que ha sido subestimada, ignorada o menospreciada por su origen. Es para todos a los que se les dijo que no eran lo suficientemente buenos, lo suficientemente educados, lo suficientemente conectados. Porque el talento no conoce códigos postales ni apellidos. Solo necesita una oportunidad y alguien dispuesto a reconocerlo.
Los aplausos fueron ensordecedores. Cuando bajó del escenario, varias personas se acercaron para felicitarla, para pedirle su tarjeta, para expresar interés en futuros proyectos. Pero la noche aún no había terminado. Durante el intermedio, Valentina fue al baño para recomponerse. Cuando salió, encontró a doña Constanza esperándola en el pasillo privado, con expresión de piedra.