Sebastián sonreía con arrogancia mientras miraba a la novia abandonada.
—Quiero mostrarte algo —dijo Sebastián después de ordenar, sacando su teléfono—. Mira.
Era un artículo en una importante revista de arquitectura. El título decía: “Joven arquitecta revoluciona el diseño de espacios corporativos con enfoque humano y sostenible”. Valentina leyó el artículo completo, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con caer. Hablaban de su proyecto, de su visión, de cómo estaba desafiando las normas establecidas de la arquitectura corporativa.
—¿Cómo consiguieron esto? —preguntó.
—Les envié tu portafolio y fotos del progreso de la construcción. Espero que no te moleste, pero, Valentina, el mundo necesita conocer tu trabajo.
—Sebastián, yo… no sé qué decir.
—No digas nada. Solo sigue haciendo lo que haces. Sigue siendo brillante.
La manera en que la miraba cuando dijo eso hizo que algo se derritiera dentro de Valentina. No era la mirada superficial de Rodrigo cuando quería algo. Era admiración genuina, respeto profundo.
—Hay algo que necesito preguntarte —dijo Sebastián, su voz más seria—. Y necesito que seas completamente honesta.
—¿Qué?
—¿Estoy siendo inapropiado? Soy tu jefe, técnicamente, y soy el hermano de tu ex. Si en algún momento te he hecho sentir incómoda o presionada…
—No —lo interrumpió Valentina rápidamente—. Nunca me has hecho sentir así. Todo lo contrario.
—¿Todo lo contrario, cómo?
Valentina respiró profundo. Era momento de ser valiente de una manera diferente.
—Me haces sentir vista. Valorada. Como si mi voz importara. Como si yo importara, no solo como arquitecta, sino como persona. —Hizo una pausa—. Y me asusta, porque es muy diferente a lo que conocía. Y no sé si estoy lista. Pero al mismo tiempo…
—¿Al mismo tiempo, qué?
—Al mismo tiempo, contigo me siento más yo misma de lo que me he sentido en años.
El silencio que siguió fue cargado de electricidad. Sebastián extendió su mano a través de la mesa, y Valentina la tomó, sintiendo cómo su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que él podía escucharlo.
—No tenemos que apresurarnos —dijo Sebastián suavemente—. No tenemos que definir nada ahora. Podemos simplemente ser y ver a dónde nos lleva.
—Me gustaría eso —respondió Valentina, sintiendo una paz que no había experimentado en mucho tiempo.
Pero la paz no duraría mucho. Días después, Valentina recibió una llamada de un número desconocido. Por alguna razón, contestó.
—Valentina.
Era una voz femenina que reconoció inmediatamente.
—Daniela. ¿Cómo conseguiste mi número?
—Necesito hablar contigo. Por favor, no cuelgues.
Valentina debería haber colgado. Debería haber bloqueado el número y seguido con su día, pero la curiosidad ganó.
—Tienes un minuto.
—Sé que no tengo derecho a pedirte esto —comenzó Daniela, su voz quebrada—. Sé que lo que hice fue imperdonable. Pero necesito que sepas la verdad.
—¿Qué verdad? ¿Que te acostaste con mi prometido durante meses mientras fingías ser mi amiga?
—No fue así. Quiero decir, sí, pero es más complicado. —Daniela hizo una pausa—. Rodrigo me persiguió durante un año. Yo seguía rechazándolo, pero él era persistente. Decía que estaba atrapado en un compromiso que no quería, que sus padres lo presionaron para proponerte matrimonio, que tú eras perfecta, pero no la indicada para él.
Valentina sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
—Estás mintiendo.
—Ojalá lo estuviera. Valentina, doña Constanza tenía un plan desde el principio. Quería que Rodrigo se casara contigo, tuvieran la boda perfecta frente a todos sus amigos ricos, y luego él podría hacer lo que quisiera siempre y cuando mantuviera las apariencias.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
—Porque Rodrigo ahora está tratando de pintarme como la villana. Está diciendo que yo lo seduje, que arruiné su relación perfecta contigo. Y técnicamente es verdad que participé, pero necesito que entiendas que él nunca te amó de verdad. Eras parte de un plan, un paso más en la agenda de su madre.
Valentina se sentó, sintiendo cómo las piernas le temblaban.
—¿Y tú también eras parte del plan?
—No, yo fui estúpida. Me enamoré de sus mentiras, de sus promesas. Pensé que éramos Romeo y Julieta, amantes prohibidos luchando contra el mundo. —Daniela se rio amargamente—. Pero cuando llegamos a Europa y ya no había secreto, ya no había emoción, se volvió frío. Me trataba como si fuera un error que había cometido.
—No siento lástima por ti, Daniela. Sabías que estaba comprometida. Sabías que era mi prima.
—Lo sé. Y no espero tu perdón. Solo quería que supieras la verdad antes de que Rodrigo reescriba la historia completamente.
Después de colgar, Valentina se quedó sentada durante largo rato, procesando la información. Una parte de ella quería creer que Daniela mentía, que estaba tratando de manipularla. Pero otra parte, la parte que había notado todas las pequeñas señales durante años, sabía que probablemente era verdad. Llamó a Sebastián.
—¿Puedes venir? Necesito hablar con alguien.
Él llegó en menos de veinte minutos, encontrándola sentada en el parque cerca de su departamento.
—¿Qué pasó?
Valentina le contó todo. La llamada de Daniela, las acusaciones sobre doña Constanza, el supuesto plan para usar su matrimonio como fachada.